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DESPEDIDA DEL VIAJERO ADOLESCENTE

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Despedida del viajero adolescente

(Una lectura de Recetas para astronautas
de Basilio Pujante Cascales)


Si el querido Vicente Huidobro nos invitó a viajar en paracaídas, cayendo de la cabeza a los pies y de los pies a la cabeza, en su moderno trayecto del “eternauta” Altazor, hoy somos convocados a iniciar un nuevo despegue, pero de signo inverso, como internautas en un recorrido donde se mezclan la nostalgia, el sarcasmo y la ironía. En efecto, nos hallamos ante un nuevo libro para regocijo de muchos y admiración de su propia autor, que se verá sometido a partir de este momento a muchas visitas en su periplo: no pocos “Me gusta” en las redes sociales y tal vez alguna inesperada recepción de sus imprevisibles compañeros de aventura. Algo, en todo caso, revela que el signo de los tiempos ha variado, y es que el poeta chileno anteriormente citado proponía un descenso vertical, donde el lenguaje iba perdiendo capas y elementos constitutivos para quedar finalmente reducido a su mínima expresión: la poesía se concretaba en su mínima dimensión expresiva, su función fonética, sustrayéndose hasta su esqueleto fónico y vocálico y abandonándose en esa primera articulación. Así sucedía en el maravilloso Canto VII y conclusivo de Altazor, conjunción de vocales y trinos despojados de toda significación racional. Contrariamente, nuestro ingeniero aeronáutico particular, Basilio Pujante, propone en Recetas para astronautas un itinerario inverso: desde lo mínimo hasta lo extenso, variando incluso en el concepto genérico al ir ampliando los límites de su creación. Los lectores observamos así la progresiva ampliación en el formato, tamaño y naturaleza de los textos narrativos incluidos en el libro, desde el microrrelato hasta el cuento largo (o “novela corta”, según predilecciones críticas).


            En efecto, quienes se introduzcan en este nuevo recetario hallarán, tras los créditos y las dedicatorias, un primer texto que sobresale por ser más breve que su propio título. El desfase es éste: “Historia universal en un telegrama”, cuyo evidente contenido reza así: “Big Bang. Stop. Big Boom. Stop.” Y la página en blanco brillará en torno a esa brevísima secuencia donde, paradójicamente, se contiene el alfa y el omega de la historia, de la “universal historia”… Conforme avancemos por el libro, las narraciones irán creciendo y alargando su consistencia gráfica, su verbal afluencia, bien a modo de escuetos diálogos (“El hombre de arena”), de preguntas (“Cuestión de confianza”), de cavilaciones o “preocupaciones” (como el asimismo titulado), de narraciones contenidas (“Verdadero amor”), confesiones a modo de declaraciones (“Señor Juez”) o descripciones circundantes (“Vellas, “Cadáveres sociales”) o disquisiciones semántico-biográficas (“Follar. Verbo transitivo”)… hasta desembocar en otro modelo narrativo donde comienza a reinar lo episódico o la secuencia (“Anacronismo”, “El amor a los seis años” o “Quince de agosto”). A partir del relato titulado “Dios”, sin duda uno de los más logrados de la colección, comienza el autor a cultivar el alongamiento, la concreción de coordenadas espacio-temporales, la definición de voces narrativas en relación a personajes de la trama, el argumento más detallado y detenido, el gusto y el placer por la incorporación del detalle, la nota, el paréntesis, la puntualización, el meandro, el pasaje, el detenimiento en la acción y el pormenor descriptivo, que derivan en los tres últimos títulos: “El ladrón de libros”, “Comunión” y, sobre todo, “El tema del doble”. Este último rebasa ya claramente la categoría oficial de cuento para proponerse como una nueva modalidad, que acaricia ya lo que podría ser, y con el tiempo lo será seguramente en la escritura de nuestro autor, la novela corta. Así, este periplo nos propone partir de la minucia verbal a la construcción compleja de un relato con variados personajes, una trama bien trabada y un proceso de fábula –en sentido aristotélico, pero también en un sentido moral- que revela la pericia del autor, de Basilio, en el arte de la narración. Este “recetario”, pues, nos habla de un autor que y no sólo coquetea con los breviarios para ser leídos en cafeterías sino que hincha sus pulmones para viajes de mayor alcance y más dilatada proyección. El viajero que lo acompañe habrá de acostumbrarse así, poco a poco, como si de una fórmula homeopática se tratase, a una voz que tiene la voluntad de contar, pero que no se conforma con la minificción y se lanza a la aventura sideral de otras constelaciones.

Y es que Basilio Pujante se ha formado en esa retórica del “ars bene dicendi” desde el ámbito académico, del que tantos frutos ha cosechado, y no me refiero únicamente a los intra-universitarios (pues alcanzó en su día el grado de Doctor, con una tesis que no azarosamente versaba sobre la microficción en el ámbito hispánico), sino también, como cabe comprobar con este primer libro de ficciones, en el propiamente creativo. Licenciado en Filología Hispánica, Basilio fue un excelente estudiante de Letras, en especialmente de las hispanoamericanas, en las cuales tuve el placer de conocerlo como alumno aventajado. De aquella época, en que leíamos y comentábamos en clase relatos de Borges y de Cortázar, de Bioy Casares y García Márquez, de Augusto Monterroso y Virgilio Piñera, han quedado muchos frutos, algunos algo amargos, pero siempre apetecibles y sustanciosos. De todos ellos se conservan vestigios, presencias, ecos, guiños, pactos, alusiones y ligeros toques en el conjunto de sus creaciones, como observamos desde el título genérico, Recetas para astronautas, que remite a las “instrucciones al lector” del más irónico cronopio Cortázar, o en el primer texto ya aludido, “Historia universal en un telegrama”, que dialoga abierta e irónicamente con la colección borgeana, Historia universal de la infamia. De los microrrelatos de Piñera y, por supuesto, de Monterroso, aprenderá herramientas para colarse en un ambiente narrado sin apenas notas previas y, sobre todo, la capacidad de producir el impacto final, la sorpresa, el imprevisto fogonazo con que estos grandes cuentistas sabían cerrar sus narraciones. De los memorables cuentos breves piñerianos, “En el insomnio” y “El infierno”, verdaderos modelos ampliamente reconocidos por los modernos teóricos de la ficción corta, tomará Basilio el legado consistente en condensar al máximo un argumento que, sin embargo, se prolonga en el universo interno de la trama, como ocurre en “Follar. Verbo transitivo”. De Cortázar y también de Piñera adoptará la incongruencia, la indeterminación o la ausencia de respuestas ante un hecho en apariencia cotidiano, como hizo el argentino en “La puerta condenada” con el llanto del bebé, que ahora retoma nuestro astronauta en “El bebé del 3º B”.

            En lo tocante a los temas, Basilio Pujante posee un repertorio amplio, pero maneja con acierto los relativos a la familia, a la infancia y pubertad, al repertorio amoroso y al mundo, o mejor dicho, al mundillo académico, como ocurre en el texto que magistralmente cierra la relación: “El tema del doble”. Si los argumentos no han de ser necesariamente originales, sí será muy personal el modo en que el autor los aborde, pues el hálito de sus experiencias les infunde una satisfactoria sensación de vida. Los narradores son diversos, pues abundan las primeras personas, no siempre del singular, y entre ellas el narrador masculino predomina, pero no excluye en su catálogo la primera persona femenina –en “Comunión”-, si bien identificamos, cuando ello es posible, la dimensión existencial del narrador con edades más bien juveniles que, sin embargo, ofrecen una perspectiva humana no siempre amable. Todo lo contrario, predominan tonos y puntos de vista atravesados por un humor ácido, mordaz y próximo en ocasiones a lo cruel. Eso sí: un sadismo no salvaje sino más bien domesticado. No cabría hablar tanto de un humor negro cuanto de un humor “en blanco y negro”, con tonalidades grisáceas y desabridas. Así, en “Hormigueo” pasamos de la metáfora a la realidad del nombre; en “Verano del 99” se exalta la ausencia de notoriedad y trascendencia de los acontecimientos vividos; en “Siempre saludaba” se nos invita a atemorizarnos ante lo rutinario y en “Comunión” se recrean los episodios menos gratos de ese aparente y “obligatoriamente” feliz día de la existencia infantil.


En otras ocasiones Basilio aborda lo fantástico, como en “Ruinas”, o bien la inmersión en la biografía de un ídolo de fútbol (“Anacronismo”), la evocación nostálgica de “El amor a los seis años” o la hipérbole de la cotidianidad, cuando el protagonista de “15 de agosto” narra el día de su nacimiento. En muchos momentos se observa la decepción del artista adolescente, como en “Una pinta en Haworth”, donde el amor a los libros desemboca en la resaca y en el cansancio. Sin duda, en “Dios” consigue relatar una sencilla historia de amor desde una perspectiva inesperada, donde el argumento teológico de la existencia divina cobra un nuevo y brillante relieve. Aún más copiosos son los relatos en que las referencias a la experiencia humana del autor quedan transfigurados en ficción: hay referencias a los años noventa, a las playas del mar Menor, a localizaciones geográficas de la región de Murcia… Mención aparte merece la presencia ya mencionada del Alma Mater universitaria, con su repertorio de congresos, conferenciantes, profesores, becarios, escritores, comunicantes, viajes académicos, publicaciones, conflictos de intereses por alcanzar cátedra, prestigio o remuneración, ausencia de escrúpulos en los escenarios de la cultura y un largo etcétera, que aparecen abordados en “El tema del doble”, y que tan de cerca parece conocer el narrador, proponiendo así una crítica socarrona y burlesca de este nuevo “retablo de las maravillas”: un mundo donde la ambición queda rebajada a la categoría de caricatura y donde se reproduce la lejana fábula, ahora no aristotélicamente entendida, del “nuevo traje del Emperador”.

En definitiva, Basilio Pujante Cascales ha conseguido introducir en su nave espacial al lector, que siente interés por un viaje personal y lúdico, entretenido e ingenioso, que le lleva de lo mínimo a lo prolijo, a la inversa del lejano Altazor, revelando así su pericia para el honrado mester del relato literario. Con ello se despide, tal vez para siempre, del viajero adolescente, y deja en el horizonte la promesa de que su próxima narración tendrá, como mínimo, las dimensiones de Ana Karenina, Los miserables o Los hermanos Karamazov.



Vicente Cervera Salinas



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